🤬 El poder de la palabra inadecuada

Entre el oído y el cerebro tenemos algo así como un tapón selectivo.

Creo que el tapón lo maneja del diablito rojo, el del hombro izquierdo. Ese, el cabrón.

Nosotros, en nuestro afán de superación vemos artículos interesantes, libros cojonudos, vídeos reveladores, y asistimos a seminarios (qué mal me suena esta palabra).

Ahí empezamos a tragar nueva información. Si, esa información que aparece en esa mierda de libros que te cambian la vida. De esa.

La queremos consumir como elegantes comensales de un restaurante, aunque nuestro deseo es tragarla como un cocodrilo.

La realidad es que en el mejor de los casos la ingerimos como el niño que coge por primera ver una cochera enfrentándose a su papilla, y en muchos casos lo hacemos como el mismísimo monstruo de las galletas. ¿Sabes cómo comía el monstruo de las galletas, verdad?. Pues así.

Esta actitud es plausible. Alguien que quiere cambiar tiene todos mis respetos, y mi crítica va, principalmente, por mi mismo.

Aunque quieras, el diablillo rojo va deteniendo alguna información que debe llegar al cerebro, pero lo hace de forma muy sutil.

Muchas veces incluso la rebates tú mismo.

  • «Si, hombre, esto no es así, no es para tanto»

Pero afortunadamente la vida espera la oportunidad para darnos un cachete y que tú mismo digas (o pienses) un «Ostia!»…

Ese «Ostia» lo tuve yo a la hora de comprar una alarma.

Estaba en pleno proceso de compra, y sentí como sí una onda expansiva me lanzara atrás y me sacara de la tienda, de la calle y del pueblo donde se iba a llevar a cabo la compra. Aunque era todo online.

Eso sucedió cuando recibí un email en el que leí:

«para proseguir con la compra y la instalación debe…

F I R M A R E L C O N T R A T O

… y en ese mismo mom… ss… bla…los..bla… y.. bla… las… os.. bla… ten… sup… de… 2 años de garantía«.

¿Qué?

¿Tú también te has dao cuenta?

Yo voy a comprar un dispositivo electrónico para mi casa y … ostias… casi me caigo de espaldas.

Te cuento mi reacción inmediata.

Pensé yo, tal cual: «Te va a firmar un contrato tu puta madre. ¡ATPC!»

Pues igual que tú hubieras hecho.

Pasó un rato y recordé una de las enseñanzas de Luis Monge, a quien ya sabes que sigo, que decía que «por dios, no habléis nunca de firmar un contrato. Si no hay más remedio, un acuerdo, lo dejamos por escrito, pero nunca FIRMAR UN CONTRATO»

Y yo fui de los que sí, que vale, pero tampoco te pases.

Claro, te vas con ese petardo en la mente, y cuando la vida aprieta ahí, te estalla «PAM!»… Que es cuando dices «¡Ostia!, ¡pues sí!»

Pasado un rato de la onda expansiva, vi los datos que me pedían en el contrato. Y era una mierdecilla. Son los mismos datos que hacen falta para emitir la factura. Entonces es cuando entendí el poder de la palabra inadecuada en el momento inoportuno.

Los datos, que no sean para firmar un contrato. Que sean para la factura.

La firma que no sea para el contrato, sino para la ley de protección de datos o su puta madre, para confirmar la dirección, para lo que sea… si va a colar igual.

La pregunta es cuántas ventas habrán perdido, y cuántas ventas podrían haber hecho más, si hubiesen cambiado «Firmar el contrato» por otras como por ejemplo «Confirmar el pedido».

Pues en la web es lo mismo.

Un buen trabajo sobre las palabras empleadas vale más la pena, porque son permanentes. Y si de mi se trata, te voy a mirar la tienda con lupa. Porque si esa tienda es mía, yo quiero que vendas.

Si no. No.

Déjame aquí tu email, y te mando más cosas como esta.

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