Dijo mi ilustre profesor, Luis Monge Malo, que el cliente sólo miente en una ocasión: cuando mueve los labios.
No estoy de acuerdo.
También miente cuando te mira, cuando se viste, cuando aparca su coche cerca para impresionar, lejos para esconderse, o al contrario, miente porque la venta es verdad, pero la compra es mentira. Se pone todo en juego para conseguir un poco más por menos dinero.
Es una lucha desigual.
Si el vendedor miente, está muerto. No sólo por que la ley puede caer sobre él, sino porque se queda sin clientes.
Si el cliente miente, te jodes. Punto. No sólo te jodes. Te dejas joder. Como buen proceso de ventas, como cualquier proceso de ventas en la vida de esos que no lo consideramos ventas pero lo son, es una lucha de egos.
El cliente necesita satisfacer su ego.
El vendedor en ocasiones, también.
En ambos casos ocurre lo misjmo:
El que actúa para satisfacer su ego, se queda sin su dinero.
En ambos casos entra en juego al mentira como arma de persuasión, aunque de forma desigual, pero no sólo en esos casos.
Si llevásemos escrito en la frente el número de mentiras que soltamos, aun sin darnos cuenta, nos faltaría ancho de frente.
La mentira convive con nosotros y pasa inadvertida disfrazada de cualquier cosa. Nos creemos que somos verdad, y lo que más abunda es la mentira. Hasta en nosotros mismos, que siempre hacemos todo lo mejor que lo podemos hacer en cada momento.
Entonces se me plantea una duda ética.
¿Si mantengo a raya mi ego para obtener lo que quiero del cliente, hasta qué punto me estoy prostituyendo?
Repito el concepto con otras palabras: el que se lleva la razón, se pierde su dinero.
¿Hasta qué punto es razonable aceptar las gilipolleces que llegamos a oír de boca de un cliente con tal de cerrar una venta?
Porque es así: Si tu tienes años de experiencia en el trato con clientes, obligatoriamente debes tener material para escribir un libro de humor y situaciones absurdas que has tenido que enfrentar.
Y aquí no hay conclusión. Es una pregunta abierta. No tengo la solución.
Quienes han superado sus expectativas de ventas dejan cada vez menos margen a que el ego del cliente se recree en sus narices, y esos perfiles dejan de ser sus clientes.
Quienes están bajo ese umbral, tragan sapos.
Supongo que es algo así.
¿Es así o no?. Dale a responder este email, que te leo.