Quiero decir, que una cosa es comprarse un bolso Louis Vuitton, y otra uno del chino.
Una cosa es pedirte un solomillo con fioe y otra beberte una simple botella de agua.
Lo del agua no es ni emocional ni impulso. Es que tienes sed y punto.
A ver, me pongo en situación, me concentro, y representemos una situación en la que me visualizo, por ejemplo volviendo de un local comercial de paseo a la ciudad en Palma, mi ciudad natal, un mes caluroso para que tenga sed, pongamos junio, y camino de La Vileta para abajo.
Ommmh! Ommmmh!… (me estoy concentrando)
Voy paseando, aprieta el sol. Sigo de paseo, tengo sed. Sigo paseando. tengo sed.
Bueno… eso de tener sed, es que es muy primitivo. Si no… pero bueno, sigamos.
Más adelante hay un lugar con máquinas de bebida, voy a por un agua. Sed – beber agua. Sed – beber agua.
Meto la mano en el bolsillo donde están mis monedas. No hay. ¡Me cagon mi puta vida…! … a ver en el otro. ¡Ah, si!. Ahí si las tengo. No ha sido un cabreo, sólo uno pequeño, ha sido el subconsciente que me traiciona ante la posibilidad de quedarme sin agua. Nada más.
Ya veo las máquinas. Ahí están. Buaf!. Ya me imagino bebiendo el agua. Acelero el paso. ¡Un momento!. ¡No hay por qué acelerar el paso!. Eso solo una puta botella de agua, no me jodas.
Sigo andando igual. Es el subconsciente que me ha empujado por un momento, pero esto es algo totalmente racional, por lo tanto vuelvo a mi paso, y ya llego. Es sólo agua.
Ops. Parece que alguien se acerca en la misma dirección. Va a la máquina de agua. Por un momento pienso: ¿Te imaginas que se lleva la última botella que yo quiero?. Pues qué cojones, acelero el paso. Es sólo una puta botella de agua, pero es mía.
Mierda, no llego antes. Creo que me ha visto y está andando más rápido, pero parece que no pretende que lo note. Como no corra se me adelanta… me cagüen… a la mierda. ¿Pero qué coño hago?. Es sólo una puta botella de agua. Que se la meta por donde le quepa.
Espero mi turno para la botella de agua, y de pronto al lado, veo otra máquina de bebida. Con una puta foto de una botella gigante de cocacola en la puerta. Ostia. Ostia. Esta vale un euro, aquella uno y medio. Yo sólo quiero quitarme la sed. Necesito agua.
Si. Necesito agua, porque yo sé que la cocacola es agua con mierda. Me voy a meter más azúcar que agua, y no sólo me dará más sed sino que me la terminaré antes, … y ostia, que se llevan medio euro más sólo por ser cocacola, pero no hay nada que hacer, porque no me llega el dinero, sólo llevo un euro.
Pero … vamos a ver qué llevo en el bolsillo pequeño. ¡Ostiaputa!. ¡Otro euro!. ¿Cuánto tiempo llevas aquí escondido, chiquitin?. Cuántas lavadoras te habrás comido, ¿eh?. Pues sabes qué, que me voy a por la cocacola, porque me da la gana, porque yo lo valgo, porque un día es un día, y por que me sale de los cojones. Es una decisión que ahora mismo he pensado, y es racional. Coca cola y punto.
Vamos a la máquina, pulso cocacola y … mec!. Se enciende la luz de agotado.
¡Me cagon mi puta vidaaaaaa!… ¡Eh!.¡Eh!. Tranquilo. Volvamos al inicio. ¿No querías agua?. Pues ahí tienes la máquina de agua. El otro tío ya se ha ido, y está llena de agua a un euro.
Tanto tú como yo sabemos que le van a dar por culo mil veces a la máquina de agua, que ahora lo que quiero más que antes es una puta coca cola. Y si, vale: la lucecita de agotado tiene gran parte de culpa.
Vuelvo la vista a mi máquina de coca cola para conseguir mi maldita bebida. Cambio de botón a otro, con la misma opción. Pulso el botón, la verdad es que con bastante más tensión que antes rezando no sé a quien, que por lo más sagrado, que no se encienda la lucecita de «agotado» que le meto una patada la máquina que la reviento, cagonsuputamadre.
Botón. Click. lucecita, MEEEEC!. «Agotado».
Pupilas dilatadas. Nariz inflada. Dientes crujiendo unos contra otros. Puño apretado. Rugido profundo concentrándose más allá de las cuerdas vocales. Pensamiendo: «Le pego fuego».
Antes de reventar la máquina miro alrededor para comprobar que nadie me vea.
¡Ostia!. Hay un bareto con terracita ahí mismo.
Me dirijo al bar. Me siento en la mesa.
– «Buenas. ¿Qué va a tomar.?»
– «Qué vale un agua pequeña?»
– «Un euro.»
– «¿Y una lata de coca cola?»
– «Dos».
– «UNA COCA COLA POR FAVOR.»
Llegó ella a mi mesa. La lata de los anuncios de la coca cola.
Esa lata que encierra todo placer, con gotas de agua condensada que resbalan por su cuerpo como si de una mujer saliendo entre las olas de la playa se tratase. Brillante. Preparada sólo para mi.
La abrí en una explosión de éxtasis gaseoso, y dejé al vaso y su hielo con cara de tonto esperando a ser llenado, mirando, mientras yo cogí la lata, aspiré tanto aire como pude, y me regalé el más explosivo, intenso, largo y delicioso trago de coca cola que puede existir en la tierra.
El que iba a por agua.
El racional.
Anda, sígueme en mi newsletter, y entenderás estas cosas. Que no estoy seguro de que lo hayas pillado. Déjame a continuación tu email para apuntarte.